martes, 2 de abril de 2013
Giles Deleuze.
«Es fácil hacer corresponder a cada sociedad distintos tipos de
máquinas, no porque las máquinas sean determinantes sino porque expresan
las formas sociales capaces de crearlas y utilizarlas. Las viejas
sociedades de soberanía manejaban máquinas simples, palancas, poleas,
relojes; pero las sociedades disciplinarias recientes se equipaban con
máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la entropía y el peligro
activo del sabotaje; las sociedades de control operan sobre máquinas de
tercer tipo, máquinas informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es
el ruido y el activo la piratería o la introducción de virus. Es una
evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una mutación del
capitalismo. Una mutación ya bien conocida, que puede resumirse así: el
capitalismo del siglo XIX es de concentración, para la producción, y de
propiedad. Erige pues la fábrica en lugar de encierro, siendo el
capitalista el dueño de los medios de producción, pero también
eventualmente propietario de otros lugares concebidos por analogía (la
casa familiar del obrero, la escuela). En cuanto al mercado, es
conquistado ya por especialización, ya por colonización, ya por baja de
los costos de producción. Pero, en la situación actual, el capitalismo
ya no se basa en la producción, que relega frecuentemente a la periferia
del tercer mundo, incluso bajo las formas complejas del textil, la
metalurgia o el petróleo. Es un capitalismo de superproducción. Ya no
compra materias primas y vende productos terminados: compra productos
terminados o monta piezas. Lo que quiere vender son servicios, y lo que
quiere comprar son acciones. Ya no es un capitalismo para la producción,
sino para el producto, es decir para la venta y para el mercado.»