lunes, 29 de julio de 2013

De Dalila Cebrian.


1

No se anuncia, aparece y roe.

Nunca supe.

Saber es dormir castillos flotantes en brumas y blondas en medio de ninguna parte con los recursos del moribundo memorable.

Aun así devuelvo con mis tijeras manos quietas.

Muero si muere el espacio posible.

sueños escuchados nacidos de la sangre que dicta recuerdos con timidez de súplica gato sobre el tejado general sin tiempo en la niebla noche de putas hermanos que navegan en el límite de fango y escuerzos niñita pistolera devoradora de cajas fuertes en casas de viejas millonarias trituradora de risas y brillantes de seda.

Ladran sancho ladran que alguien tiene que morir si vuelve a amanecer a la misma hora en ese mismo sitio con las penas y las preguntas sin respuesta.

No sé nada.

Me alegra el refugio del vino y del sueño.

Asoma la mirada que grita un nombre que no se comprende del todo.

Sombras de lo que se mueve infectadas de una sombra con esquinas peligrosas.

Una tierna mirada sobre la base del lago que se pierde merodeando la noche nacida de nubes que lucran con molinos solitarios en barrancas de luz.

Nada más que no enojarse con la madre del tiempo detenido.

En esta cacería con patos desplumados y demasiadas escopetas.

Hay un lugar de volcanes en el medio de la tierra, terapias plagadas de cadenas y milagros de resucitados y enjambres de recuerdos de vinos y de humo malgastado y escondido para siempre.

Miradas de espejo y de presencias lúcidas.

Colores pálidos para lugares viejos que no tienen razones como en roma y las fontanas de esquinas olvidadas como tu piedra enorme en mi casa del lago y tu locura antigua sin apuro.