miércoles, 27 de marzo de 2013

Rubí y Amadis. Basado en el cuento de Gabo "La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada". Sebastian Elichiry



Nació en una diminuta isla en las Antillas, en el seno de una familia de pescadores frente a Venezuela. Llamo la atención la  belleza de esa bebe por su temprano pelo rojo rubí y sus ojos trasparentes. El padre, dice la leyenda era un holandés de rizos rojos como los de la niña que había caído cautivo a los hechizos de amor de una nativa muy joven, que por las noches danzaba conjurando a los dioses de las aguas, para que le trajeran un amor y un sustento a su vida salvaje en las playas.

Las deidades respondieron y trajeron a su playa un barco con el ya mencionado holandés. La belleza natural lo cautivo y los ojos felinos de la hechicera lo enredaron. De esa unión como ya se dijo nació la niña de los luminosos  cabellos rojos. De la niña no se recuerda el nombre, por lo que la llamaremos Rubí.

Una noche sin luna, unos piratas abordaron la diminuta isla y la saquearon, mataron a los padres y se llevaron a la pequeña de solo 7 años que con espanto presencio lo ocurrido.

Rubí fue vendida a un prostíbulo en otra isla de las Antillas holandesas. A la edad de 10 años ejerció la  prostituciòn en un lujoso burdel de Aruba.
Era la joya del lugar, y estaba destinada a un solo cliente, dice el mito que era  contrabandista de ron y tabaco, y pagaba con gemas a la madame, los servicios de la niña a cambio de la exclusividad.

Pasaron los años, y ese mítico contrabandista fue muerto en alta mar, por una banda contraria. Entonces Rubí, ya con 17 años, paso a formar parte del staff regular del prostíbulo. Un día otro contrabandista llegó al lugar con el conocimiento de que allí había una  bellísima  niña  de encantadores cabellos rojos. Su intención  fue comprarla  pero la  madame se negó. Y le ofreció un contrato de palabra de exclusividad a cambio de una cifra alta en oro pagada en mano. El contrabandista que venia del pacifico oriental trayendo licores y especias extrañas aceptó. El hombre poderoso y peligroso,  lucia  una herida que le  cruzaba el ojo izquierdo y en su cuenca, un globo de cristal observaba la nada.

Los encuentros se sucedían cada 3 meses, Rubí, disfrutaba así de cierta calma, las otras mujeres del lugar la odiaban y la maldecían siempre que podían, padeció escarnios en las noches y maldiciones, que la madame, rápidamente deshacía ya que  ella era su principal fuente de riqueza.

Un día, llegó un gallardo y joven contrabandista que estaba ganando influencia en la zona, adquiriendo con fuego y cuchillo rutas de otros. Su nombre era Amadis y se enamoró perdidamente de la niña que ya contaba con 19 años.
Se dice que la belleza de la joven  en ese momento era exuberante,  de piel blanca como el marfil y cabellos rojos profundos. Los ojos de Amadis quedaron prendidos en sueños y pesadillas que solo acabarían poseyéndola. Pero la madame se la negó, aduciendo sus  razones y como Amadis no podía pagar las cifras de su competidor, se quedó sin la joven.

Entonces, en un delirio de amor, comenzó a encontrarse con Rubí secretamente.

Ella se escapaba por las noches y lo visitaba por pocas horas, el tiempo de la madrugada en que todos, embotados por el ron dormían. Esos encuentros encendieron la llama de la obsesión en Amadis que rápidamente pergeño un plan para quedarse con la joven.

Faltaba poco para la llegada del otro contrabandista y el lugar se arreglaba y se limpiaba para recibirlo. Rubí, era  perfumada y vestida para el encuentro.

Amadis espero la oportunidad con sus hombres, sabía que su competidor era un hombre peligroso.

Esa noche, el prostíbulo se vestía de fiesta, el hombre del ojo de vidrio y su grupo de contrabandistas tomaban el lugar, se prohibía la entrada a otros clientes, todo quedaba a su servicio  La noche fue pasando, el ron, y  la música paseaban con desfachatez por la blanca casa colonial que guardaba los placeres mas exquisitos del caribe.

Cuando el jolgorio tenia confusos a hombres y mujeres, irrumpieron Amadis y sus fieles, los seguidores del tuerto, tomados por sorpresa cayeron  bajo el fuego de las armas. Amadis buscó a Rubí en sus aposentos.

El tuerto bravo, abandonó el amor de la joven y desnudo se apostó en la puerta para esperar su destino, la sombra de Amadis subió por las escaleras, el ron que había echo mella en los sentidos del tuerto lo traicionó, disparando a la nada. Detrás de una cortina de tul que flotaba apareció Amadis, cual fantasma, el brillo de su cuchillo se vio una sola vez para luego ser carmesí, y el cuerpo del tuerto cayó con los últimos estertores de la muerte. El duro contrabandista, se mantuvo abrazado a las piernas de Amadis un buen rato hasta besar el suelo con la boca llena de sangre.

Los ojos de Rubí, brillaron con la daga de Amadis como fuego.
Dice la leyenda que con el moribundo contrabandista  en el suelo, los amantes se unieron bañados en sangre.

Luego huyeron y por largo tiempo no se supo nada de los dos.

Sabía Amadis que su acción no quedaría en el olvido y que otros contrabandistas, fieles al tuerto lo buscarían para cobrar venganza. Entonces abandono el contrabando marítimo,  desembarco su riqueza en Puerto Bolívar y se adentro en el desierto de la Guajira, al norte de Colombia.

Transformo su flota de barcazas en carros y camiones, redescubrió y creo rutas en la selva, se fortaleció.

Sin embargo en sueños el ojo de vidrio lo miraba, cobraba vida y el sonido del mar lo llamaba. Desesperado y paranoico por perder a su amada se adentro en el desierto con todos los objetos maravillosos que había adquirido en su época de marinero. En una caravana que se perdía en el horizonte avanzo por el desierto. Mulas, caballos y carros transportaban la carga de cristalería, arañas, telas, alfombras, cuadros y hasta animales exóticos en jaulas, todo en mágica y silenciosa procesión, arreado por indios.
Delante en un carro propio de un Sultán, y escondida de las miradas salvajes de los indios, viajaba Rubí, escoltada por Amadis y 3 hombres de su mayor confianza, a caballo y armados.

Una tarde de cielo violáceo, el último extraño del desierto vio perderse para siempre a la caravana de Amadis y su amada.