lunes, 25 de marzo de 2013

Egor y Vera (Inspirado en Chejov.). Sebastian Elichiry



Egor prosiguió su marcha por el bosque, las chicharras de la tarde no hacían más que anunciar la continuidad del bochornoso calor. Con el último sol, el aspecto del bosque era de un lavado color sepia, entre las copas, algo raquíticas, se filtraban al camino rayos finamente delineados. Cuando el cazador cruzaba algún tramo con parte de esa luz concentrada, corrían espesas gotas de sudor por su frente que, de saladas, hacían arder sus ojos.  Su perro fiel apuraba la marcha hasta la siguiente sombra y dejaba caer su babeante lengua, señal de que el can también acusaba el bochorno. Y fue bajo el estado de ese intenso calor, que Egor avista, ya más dentro del bosque, dos caballos con monturas y alforjas comiendo hierba crecida del costado del camino. Tal vez por el calor o la vejez,  su perro tarda en percibir a los caballos, y no es ya bastante adelantado a su dueño que los ve y sale a su encuentro como chumbo. Egor reacciona bajando la marcha y al ver el escape de su compañero, le silba y lo increpa a quedarse donde está.
-¡Bazarov, aquí!
El perro frena inmediatamente, gira y agacha la cabeza, solloza un poco y con el rabo entre las patas vuelve inmediatamente junto a su amo, que ya más precavido, avanza con la mirada puesta en los caballos y los alrededores.  A vistas de Egor, pertenecían a alguien de dinero, “Algún noble que no es de por aquí” pensó. La montura y el aspecto de los bultos, daban idea de un viajero o dos. Egor continúa su marcha sin ver ningún rastro de los dueños de tan bellos animales ; uno negro intenso, brilloso, muy cuidado, y el otro blanco manchado, de crines crema, también muy cuidadas. Y fue cuando Egor, ya pasando a los caballos que ni se inmutan, se asusta tremendamente. Con la mirada fija en ellos, Egor no percibió la aparición de una mujer que, saliendo del bosque, se plantó frente a él.  Egor la increpa.
-¡Mujer! Por Dios, el susto que usted me ha dado!-
Al terminar la frase, Egor se llama a silencio, el aspecto de aquella mujer lo inhibe al instante, parece noble, pero sus gafas finas y oscuras, el pelo corto y recto, la rigidez de su vestir, un traje negro con puños y cuello blancos, le dieron la sensación de algo siniestro. La mujer lo miró fijamente, sólo se limpió las manos en su traje y recién ahí habló, sin quitar la mirada de Egor.
-Hola, mi nombre es Vera Zasulich- , tendiéndole la mano.
Egor se limpia rápidamente la suya en su ropa, y con nervio apenas toma la de Vera, el aspecto de ella lo asombra, nunca había visto una mujer así. Sus rasgos son nobles, definidos, maxilar marcado, pelo rubio casi ceniza, cortado de forma dura, con un flequillo recto; sus cejas, más oscuras, endurecían aún más su rostro, el color de sus ojos era un misterio. Egor miraba en todas direcciones, esquivando las gafas, nunca había visto una a mujer llevar esas gafas negras, sólo a los nobles, y sabía que eso era un detalle de lo más costoso. Suponiendo que Vera fuese la hija de algún Conde extranjero, Egor reacciona agachando la cabeza.
-¡Por favor, no haga esa estupidez!-  dice Vera enérgicamente.
Ahí la sorpresa de Egor fue total. La rudeza de las palabras y a la vez, la orden escondida en el tono, lo dejaron boquiabierto. Con la mirada fija en los ojos ocultos de la muchacha, torpemente descubrió su cabeza y señalando al perro, se presentó.
-Este es Bazarov y yo soy Egor Vlasich, soy cazador y sirvo a Dimitri Ivanich, sepa usted que no encontrará cazador como yo por esta región- dice Egor sacando algo de pecho, mirando ahora a Vera con más altura, ya no como el ratón sorprendido que fue al inicio del encuentro.
-Sirves?- dice Vera con frialdad.
La palabra desconcierta a Egor, enseguida Vera se agacha y saluda afectuosamente a Bazarov rascándole el morro, la familiaridad con el animal y la soltura al acariciarlo, lo dejan aún más pasmado . Incómodo, enseguida Egor toma al can del cuero y lo increpa a quedarse quieto. Bazarov mueve la cola y acata con temor. Vera se levanta muy delante de Egor, que retrocede medio paso, dejándole espacio a la dama, ella baja sus gafas y mirándolo con unos ojos azules criminales le dice:
-A ver si me puedes servir para algo a mí, Egor Vlasich!
La demanda vuelve a Egor nuevamente al tamaño de un ratón. El rechazo se mezcla con la atracción y el servilismo, y el cazador agacha nuevamente la cabeza y dice:
-Puede contar con Egor Vlasich, para lo que necesite.
-Voy a San Petersburgo, tengo ya muy pocas provisiones y no me vendría nada mal un cazador que se encargue de la comida y por qué no de mi seguridad.
-Pero señora, de dónde viene usted?
-De lejos, y eso no le incumbe.
Egor guarda silencio.
-Y? qué dice?
-Yo sirvo, como le dije.
Vera lo interrumpe.
-Ya me lo dijo, queda poco de viaje, estoy dispuesta a pagarle y creo que su señor podrá no echarlo en falta tres días, a paso ligero hasta podemos llegar en dos.
-Señora, hay pueblos y tabernas de camino.
-No quiero detenerme en ningún lado, por eso necesito que en las paradas pueda hacerse cargo de la comida.
El ofrecimiento para Egor era una locura pero una aventura a la vez. Ir a caballo a San Petersburgo en tres o hasta dos días significaba galopar intensamente. Los caballos tenían un aspecto saludable y poderoso, la imagen que se hizo  Egor arriba de uno de esos animales lo tientó. Galopar con esa extraña y bella dama, volvían el ofrecimiento casi irresistible.
-Estoy dispuesta a pagarle 2 rublos por día.
La cifra fue la chispa definitiva, “¡Dos rublos por día!” pensó Egor con excitación.
-Trato hecho señora, pero debo estar en Boltovo al anochecer, para avisar que voy a ausentarme.
-¡No! Le dije que nada de pasar por lugares o hablar con gente!... ¿Lo toma o lo deja?
-Pero…
Vera en un movimiento ágil y sorpresivo, rodea a Egor sin que éste pueda verla. Una vez que Vera lo rodea repite:
-¡¿Lo toma o lo deja?!
Y en la duda de Egor residió la fatalidad, Vera le saca la escopeta del hombro, la cierra y levanta los gatillos con experiencia, le apunta firmemente. Egor gira y se paraliza, atina a levantar las manos nomás, Bazarov ladra, Vera los apunta a los dos con frialdad.
-Que el perro se calle.
-¡Bazarov! Grita Egor. El viejo can se calla.
-¡Bien Egor Vlasich!, al mejor tirador de la región, una mujer acaba de desarmarlo. ¿Qué dices ahora Egor Vlasich! ¡Estúpido! ¿Lo tomas o lo dejas?
-Señora (con un casi imperceptible temblor en los labios) no hace falta que nos apunte, yo puedo hacer lo que me pida sin que nadie salga lastimado, pero Boltovo, mi Señor…
-¿Tu Señor? ¡Pobre diablo, le apuntan con su propia arma, su vida depende del nervio de una mujer y el tonto piensa en su Señor! ¡Yo no te necesito Egor Vlasich y como no te necesito te elijo, pobre diablo! Te lo preguntaré una vez más, vienes conmigo o te mueres!
Egor entendió al ver sus ojos, que Vera hablaba en serio. Sus gafas ahora caídas sobre la nariz, dejaban ver una mirada determinada, fría, la compresión de las pupilas era felina, esos ojos mataban ya.
-Si mi vida depende de que la acompañe, así será Señora, pero permítame que le pregunte.. ¿Cruzaremos todo el camino con usted apuntándome con mi escopeta?
Vera se acerca a Egor apuntándole, Egor retrocede un paso, ella levanta la escopeta como para disparar, Egor apenas eleva un poco sus manos para protegerse, entonces ella, con otro movimiento rápido golpea a Egor en el rostro con la culata, con fuerza medida. Egor cae de espalda a la hierba, Vera arrojando la escopeta se lanza sobre él, le besa la boca lastimada con fervor, y con violencia le mete la mano a Egor dentro de los pantalones. Aturdido y confundido por lo extremo de las sensaciones Egor se pierde, Vera lo monta y le repite sin cesar, como un susurro de olas que crece y carcome hasta la piedra más sólida: “Ni Dios, ni tierra, tú no necesitas nada Egor Vlasich, eres perfecto, ni Dios Ni tierra”. Con el éxtasis llega la sombra, todo se ennegrece.
Egor despierta a la madrugada, con los primeros rayos de sol que consiguen colarse  en el claro en el que permanece tendido. Le duele la boca y la cabeza como si de una resaca de mil vasos de vodka se tratase. Bazarov está a su lado agazapado, gimotea y le lame la mano. No ve a Vera, ni a su escopeta, todo parece una pesadilla, pero su arma no está. Egor se levanta y desparece entre los árboles.
Pasa el tiempo.
Egor está cepillando un caballo en un establo espacioso. Sus movimientos son lentos, cansados, su mirada está opaca. Fuera del establo una voz lo llama.
-¡Egor!
Sale del establo, en el patio central de una inmensa casa, su Señor, Dimitri Ivanich, escoltado por dos oficiales de Policía, lo espera.
-Dígame-, dice Egor observando a los policías de reojo.
-¿Recuerdas aquella historia que no te creí?, dice el noble.
Egor mira a los policías y luego mira a su Señor, afirmando con la cabeza con temor.
Uno de los oficiales avanza un paso frente a Egor y dice:
-Hace dos días una mujer, de nombre Vera Zasulich, disparó, e hirió al gobernador militar de San Petersburgo, el general Teodoro Trepov. Según su confesión, el arma con la que disparó se la habría quitado a un cazador de esta región y, revisando las denuncias de este condado, nos encontramos con que hace un tiempo su Señor denunció el robo de una escopeta. Queremos saber si está dispuesto a ir hasta San Petersburgo a reconocer a la atacante del General, esa tal Vera Zasulich es una “Niglistka”(nihilista) que sólo cree en el asesinato y la destrucción y hay que condenarla. ¿Vendrá usted con nosotros?
Egor mira al policía en silencio, luego a su Señor. Éste le dice:
-Si te hubiese creído te habría ahorrado la paliza. ¡Pobre Egor! ¡Anda, vé! ¡Cumple con tu deber y recupera tu escopeta!
En ese momento, como si se tratase de un súbito trueno al comienzo de una tormenta, resonaron las palabras de Vera en su cabeza, en medio de ese irracional acto pasional, “Ni Dios, ni tierra, tú no necesitas nada Egor Vlasich, eres perfecto, ni Dios, Ni tierra”.
Egor baja la cabeza, los dos oficiales lo dejan avanzar y lo siguen, uno lo toma de un brazo y salen hacia el portal del castillo.