viernes, 22 de marzo de 2013

“Los Otros”. Sebastian Elichiry


El cisne o Sagitario son constelaciones de verano, pensó Tom mirándolas por su telescopio Hackeye300. Trescientos era el alcance en metros que su telescopio podía brindarle. Movió los grados necesarios para ver la luna y desde ahí tratar de encontrar a Marte.

El paseo por la luna era fascinante, con ese alcance y esa noche limpia y estrellada, el satélite era diáfano, perfecto en sus matices de grises y ni qué decir del detalle de las sombras de los cráteres y las montañas lunares.

El problema era siempre el mismo, la cercanía de la luna hacía que su movimiento fuese constante y que, para poder verla con detenimiento, Tom tuviese que mover las perillas que hacían que el telescopio moviese su lente dentro de sí. La luna escurridiza se le escapaba.

Tom conseguía con éxito pasearse por la luna, espiarla, disfrutarla. Martha le había preparado un segundo termo con café. Dejó la luna un instante y tomó un poco, el vapor del café lo devolvió a la tierra, a la cabaña, a su retiro con Martha. Miró por una pequeña ventana de la terraza. Martha aún estaba escribiendo, despierta, rodeada de notas.

El sonido de su máquina de escribir había desaparecido. Hacía unos días la había arreglado y aceitado sus mecanismos. La miró con ternura, ella releía unos papeles, buscaba otras notas y con un lápiz hacía marcas en el papel atrapado en ese mecanismo silencioso y creativo, porque esa máquina y Martha ya eran uno. Máquina y esposa silenciosas.

Martha levantó la vista y lo miró chequeando, se encontraron sus ojos una milésima de segundo, ni tiempo para una sonrisa, Martha volvió a sus notas y Tom sonrió sin recibir respuesta. No era tensa la situación.

Estaban ahí por trabajo, descanso y necesidad. Necesidad de estar lejos de todo lo que los había enloquecido los últimos meses.

Los dos tenían trabajo que hacer y la cabaña de Martha era el lugar perfecto. Tom pensó que habían tenido tanto trabajo, habían estado tan absorbidos por sus vidas profesionales que llevaban ya casi 6 meses sin gozar de intimidad física. Ni siquiera en ese páramo de tranquilidad y retiro a ninguno de los dos les asomó el apetito sexual.

La convivencia era pacífica y agradable. Atrás habían quedado los días de su trabajo en la Universidad de Chicago y el ir y venir incesante de Martha a España cubriendo para el Chicago Tribune el final de la Guerra civil española.

Tom había sufrido intensamente esos viajes, su mujer era fuerte y viajaba con visados y salvoconductos que le permitieron cubrir el final de esa terrible guerra sin problema ni riesgo. Nunca estuvo en zonas de combate “muy calientes” como decía ella, pero por algunas fotos que consiguió esconder y traer a los Estados Unidos, eso le parecía una mentira.

Ahora trabajaba en un libro sobre notas y hechos de la intimidad de ese pueblo que trajo consigo. Tom admiraba a su mujer, su coraje, su arrojo y su capacidad de supervivencia. Pero por sobre todas las cosas, su entereza ideológica.

Martha volvió de España con un informe neutral para el diario y un conglomerado de escritos e historias fascinantes de la Resistencia española, eso era su secreto y eso emocionaba a Tom.

Él, en cambio, terminó su año académico con exámenes, entregas de informes y la promesa de un trabajo para su departamento sobre el movimiento de ciertos cuerpos celestes.

Tom era un astrónomo muy respetado y reconocido en la ciudad de Chicago. Algunas notas sobre constelaciones y cúmulos de estrellas habían sido publicados en el Astronomic Reviews e inclusive unos estudios hechos sobre Venus fueron publicados en la prestigiosa Cosmic Knowledge de Nueva York.

El sonido de un auto a la distancia lo secuestró de sus cavilaciones.

Enseguida miró en dirección a la tercera cabaña, lugar de donde provenían unas casi imperceptibles voces, pero que en el silencio de la noche y el viento, llegaban a él claramente. Su primer impulso fue dirigir el telescopio hacia esa cabaña, pero se contuvo, miró a Martha un momento, ella seguía en lo suyo, entonces movió el telescopio y miró.

Dos hombres y una mujer estaban entrando a la tercer cabaña. Enseguida miró la cabaña de los Bradley. Su chimenea humeaba. Aparentemente no acusaron recibo de la llegada de estos extraños, entonces se sintió cómodo al mirar, ya que ni Martha ni los Bradley estaban al tanto de lo que pasaba.

Tom puso su ojo en la lente, apuntó y ajustó las perillas. Una mujer joven, bonita y dos hombres, uno de ellos desgarbado, el otro más corpulento, los tres tenían algo de bohemios, de extraños, definitivamente fuera de lugar, fuera de tiempo, urbanitas en un bosque.

Encendieron luces, ella se puso a hacer café, ellos se fueron a beber al pequeño muelle que daba al lago.

Su telescopio le permitía ver todo con claridad a pesar de la noche, la luz de la casa y de la luna alcanzaba. Observó todos los movimientos de los tres extraños alternándose entre uno y otro, volviendo a la mujer cada tanto. Los vio prepararse sus catres para dormir hasta que finalmente se acostaron.

Empezaba a despuntar el alba, Tom miró dentro de su casa y Martha ya no estaba en su escritorio. Bostezó. Volvió a apuntar el telescopio hacia arriba, la luz del amanecer ya hacía casi imposible ver algo, buscó a Marte y nada, se había entretenido demasiado con los otros cuerpos, los que no eran celestes.

Abandonó el cielo, tapó la lente del telescopio, lo movió debajo de un pequeño techo de la terraza y lo cubrió, y se metió en la casa.

Esa noche Tom soñó con un cuadro de 1571, de Antoine Caron, el que se ve a unos astrónomos estudiando un eclipse.

Tom soñó que estaba dentro del cuadro, que era uno de esos astrónomos y que sentía la profunda angustia que debían de tener esos sabios que fueron negados en su tiempo.

Sintió la desesperación de poseer un conocimiento que era perseguido, y al mismo tiempo la asfixiante sensación de la imagen del eclipse, de un cuerpo que oculta a otro cuerpo, de una información que le era negada también a él.

Despertó a la mañana siguiente antes que Martha. Ella dormía al otro lado de la cama, de espaldas, en posición fetal, como ocultando su identidad. En ese momento Martha era una espalda nada más.

Preparo café, hizo unos huevos batidos y desayunó con su mujer. Hablaron poco.



  • Tom: Ayer por la madrugada llegaron tres extraños a la tercer cabaña
  • Martha: ¿ como?
  • Tom: Si, si, los vi llegar y con el telescopio vi lo que hacían
  • Martha: Pero sabes quienes son?
  • Tom: Sé que esa cabaña es de tres propietarios, sino recuerdo mal uno es un tal Mc Cord
  • Martha:¿ Los conoces?
  • Tom: No los conozco
  • Martha: Y los Bradley?
  • Tom: Los Bradley no hicieron nada. Luego les preguntaré.

Tom camino por una senda con la Mirada puesta en la tercer cabaña.

Sus ocupantes aun dormían y eso le dio tranquilidad. Golpeo la puerta de los Bradley. Se abrió la puerta y allí estaba Bradley recién levantado.

-Tom: Disculpa que te moleste tan temprano. Sábes que llego gente a la tercer cabaña ayer por la noche

-Bradley: No, no lo sabía.

Tom se quedó un momento meditabundo.

-Tom: Ustedes se van hoy?

- Bradley: Si, tenemos que estar en la ciudad por la noche. Tengo aún varias provisiones. Quieres que te deje algo?

-Tom: No hace falta. Sólo quiero pedirte un favor. Martha y yo quisiéramos no ser molestados en nuestra estadía aquí. Si hablas con esa gente o los ves, por favor no les menciones de nuestra presencia.

Bradley levanta una ceja extrañado.

-Bradley: No hay problema Tom, no les diré nada.

-Tom: Gracias y que vaya bien.

Tom volvió a su cabaña siempre mirando, cada tanto, a la cabaña de los otros, siempre asegurándose de que ninguno de ellos perciba su presencia.

Con el equinoccio llegaba el fin del verano.

Era tiempo de poder ver a Andrómeda. Tom la miraba, pero su mente estaba en los otros. Hacía ya varios días que habían dejado de ser tres para pasar a ser dos solamente. Los que el intuía la pareja. También llevaba varios días sin casi hablar con Martha.

Durante el día Martha escribía constantemente. Él, en cambio, intercalaba las tareas de la casa con la observación de los otros a través del telescopio.

Una mañana la vio a ella salir de la casa desnuda. La visión lo perturbó.

Su telescopio le permitía ver con delicado detalle toda su femineidad. Podía verla nadar, flotar, ver cómo el agua rompiendo la ley de la gravedad, la hacía fluir. La veía secarse en el muelle, boca arriba o boca abajo. Llegó a ruborizarse en algún momento.

También lo veía a él, dormir hasta tarde boca arriba en un catre, caminar por la casa y cortar leña constantemente.

Un día Martha salió de su abstracción. La máquina de escribir que hasta ese momento había sido silenciosa, comenzó a reverberar dentro de la casa.

Tom hacía rato que estaba en la terraza. Anteriormente controlaba los tiempos de su voyeurismo con meticulosidad.

Ese día estuvo más de la cuenta, y Martha, definitivamente, lo notó.

Martha: Tom que estás haciendo?

La pregunta fue como un rayo. Golpeó su ojo contra la lente y el telescopio giró sobre su eje haciendo un chirrido.

En su torpeza Tom se frotó el ojo irritándolo. Sin pensar bajó rápidamente al comedor.



-Tom: Nada, estaba mirando.

-Matha: Mirando qué?

-Tom: A los vecinos.

-Martha: estas fisgoneándolos?

-Tom: Bueno….

Tom se sonrojó.

-Martha: Estabas fisgoneándolos.

Insistió.

-Martha: Eso es lo que vienes haciendo todos estos días allá arriba en la terraza, espiando a esos extraños..

Tom se tomó el cuello y miró hacia el piso, y luego giró su cabeza en dirección a unas fotos que Martha había colgado en la pared.

Eran fotos que había traído de la Guerra en España. En una de ellas una mujer muy joven, de negro, sostenía el cuerpo de un soldado republicano, recién abatido, pálido. Lo tremendo de la foto no era solo la imagen de la muerte, ni siquiera la similitud con La Piedad de Leonardo, sino más bien la mirada de la mujer, fija, directa a la lente dela cámara de Martha. Esa mujer sabía que estaban fotografiando el preciso momento en el que su hermano, su marido, o un amigo, había muerto.

Entonces Tom levantó la mirada, señaló con un dedo la foto y dijo:

  • No es acaso esa imagen también un robo? No es también voyeurismo?
  • Martha: No es lo mismo.
  • Tom: Si que lo es.
  • Martha: Quiero saber que estabas mirando. Si me acusas de ser una fisgona por haber hecho esa foto, quiero saber qué es lo que estabas mirando.
  • Tom: Para qué?
  • Martha: Sencillamente quiero saberlo.
  • Tom: Muy bien.

Subieron a la terraza, Tom tomó el telescopio y apuntó en dirección al muelle.

No había nadie. Corrigió la dirección del telescopio y apuntó adentro de la casa. La imagen lo sorprendió. La pareja estaba haciendo el amor e inmediatamente quitó el ojo de la lente. Entonces Martha quiso mirar.

Tom atinó a detenerla, pero ella lo corrió con una mano, y miró. Y continuó mirando. Miró un rato largo.

Tom se incomodó. Luego Martha levantó la vista y acarició el rostro de su marido. Lo tomó de la mano y lo llevó abajo, a la habitación.

Con la visión de Orión llegó el invierno.

Martha había terminado el borrador de sus notas de la Guerra Civil española. Tom había abandonado su trabajo sobre el movimiento de los cuerpos celestes, y desde el otoño sólo se había dedicado a la casa y a su esposa.

Habían decidido volver a la ciudad. Volver a Chicago, al bullicio. Volver a los almuerzos en el Green Deli en el centro de la ciudad, a las tardes en la biblioteca, al cine, al teatro.

En un viaje al pueblo, Tom leyó en el diario local que se había estrenado una película que hacía furor, con Clark Gable y Vivian Leigh. Su nombre era: Lo que el viento se llevó.

Esa misma tarde Tom miró por última vez con el telescopio la casa de los otros. Se inició una nevada, y a través de la lente, el viento y la nieve hicieron desaparecer la cabaña.



F I N