El cisne o
Sagitario son constelaciones de verano, pensó Tom mirándolas por su
telescopio Hackeye300. Trescientos era el alcance en metros que su
telescopio podía brindarle. Movió los grados necesarios para ver la
luna y desde ahí tratar de encontrar a Marte.
El paseo por la
luna era fascinante, con ese alcance y esa noche limpia y estrellada,
el satélite era diáfano, perfecto en sus matices de grises y ni qué
decir del detalle de las sombras de los cráteres y las montañas
lunares.
El problema era
siempre el mismo, la cercanía de la luna hacía que su movimiento
fuese constante y que, para poder verla con detenimiento, Tom tuviese
que mover las perillas que hacían que el telescopio moviese su lente
dentro de sí. La luna escurridiza se le escapaba.
Tom conseguía
con éxito pasearse por la luna, espiarla, disfrutarla. Martha le
había preparado un segundo termo con café. Dejó la luna un
instante y tomó un poco, el vapor del café lo devolvió a la
tierra, a la cabaña, a su retiro con Martha. Miró por una pequeña
ventana de la terraza. Martha aún estaba escribiendo, despierta,
rodeada de notas.
El sonido de su
máquina de escribir había desaparecido. Hacía unos días la había
arreglado y aceitado sus mecanismos. La miró con ternura, ella
releía unos papeles, buscaba otras notas y con un lápiz hacía
marcas en el papel atrapado en ese mecanismo silencioso y creativo,
porque esa máquina y Martha ya eran uno. Máquina y esposa
silenciosas.
Martha levantó
la vista y lo miró chequeando, se encontraron sus ojos una milésima
de segundo, ni tiempo para una sonrisa, Martha volvió a sus notas y
Tom sonrió sin recibir respuesta. No era tensa la situación.
Estaban ahí por
trabajo, descanso y necesidad. Necesidad de estar lejos de todo lo
que los había enloquecido los últimos meses.
Los dos tenían
trabajo que hacer y la cabaña de Martha era el lugar perfecto. Tom
pensó que habían tenido tanto trabajo, habían estado tan
absorbidos por sus vidas profesionales que llevaban ya casi 6 meses
sin gozar de intimidad física. Ni siquiera en ese páramo de
tranquilidad y retiro a ninguno de los dos les asomó el apetito
sexual.
La convivencia
era pacífica y agradable. Atrás habían quedado los días de su
trabajo en la Universidad de Chicago y el ir y venir incesante de
Martha a España cubriendo para el Chicago
Tribune el final de la Guerra civil
española.
Tom había
sufrido intensamente esos viajes, su mujer era fuerte y viajaba con
visados y salvoconductos que le permitieron cubrir el final de esa
terrible guerra sin problema ni riesgo. Nunca estuvo en zonas de
combate “muy calientes” como decía ella, pero por algunas fotos
que consiguió esconder y traer a los Estados Unidos, eso le parecía
una mentira.
Ahora trabajaba
en un libro sobre notas y hechos de la intimidad de ese pueblo que
trajo consigo. Tom admiraba a su mujer, su coraje, su arrojo y su
capacidad de supervivencia. Pero por sobre todas las cosas, su
entereza ideológica.
Martha volvió de
España con un informe neutral para el diario y un conglomerado de
escritos e historias fascinantes de la Resistencia española, eso era
su secreto y eso emocionaba a Tom.
Él, en cambio,
terminó su año académico con exámenes, entregas de informes y la
promesa de un trabajo para su departamento sobre el movimiento de
ciertos cuerpos celestes.
Tom era un
astrónomo muy respetado y reconocido en la ciudad de Chicago.
Algunas notas sobre constelaciones y cúmulos de estrellas habían
sido publicados en el Astronomic Reviews
e inclusive unos estudios hechos sobre Venus fueron publicados en la
prestigiosa Cosmic Knowledge
de Nueva York.
El sonido de un
auto a la distancia lo secuestró de sus cavilaciones.
Enseguida miró
en dirección a la tercera cabaña, lugar de donde provenían unas
casi imperceptibles voces, pero que en el silencio de la noche y el
viento, llegaban a él claramente. Su primer impulso fue dirigir el
telescopio hacia esa cabaña, pero se contuvo, miró a Martha un
momento, ella seguía en lo suyo, entonces movió el telescopio y
miró.
Dos hombres y
una mujer estaban entrando a la tercer cabaña. Enseguida miró la
cabaña de los Bradley. Su chimenea humeaba. Aparentemente no
acusaron recibo de la llegada de estos extraños, entonces se sintió
cómodo al mirar, ya que ni Martha ni los Bradley estaban al tanto de
lo que pasaba.
Tom puso su ojo
en la lente, apuntó y ajustó las perillas. Una mujer joven, bonita
y dos hombres, uno de ellos desgarbado, el otro más corpulento, los
tres tenían algo de bohemios, de extraños, definitivamente fuera de
lugar, fuera de tiempo, urbanitas en un bosque.
Encendieron
luces, ella se puso a hacer café, ellos se fueron a beber al pequeño
muelle que daba al lago.
Su telescopio le
permitía ver todo con claridad a pesar de la noche, la luz de la
casa y de la luna alcanzaba. Observó todos los movimientos de los
tres extraños alternándose entre uno y otro, volviendo a la mujer
cada tanto. Los vio prepararse sus catres para dormir hasta que
finalmente se acostaron.
Empezaba a
despuntar el alba, Tom miró dentro de su casa y Martha ya no estaba
en su escritorio. Bostezó. Volvió a apuntar el telescopio hacia
arriba, la luz del amanecer ya hacía casi imposible ver algo, buscó
a Marte y nada, se había entretenido demasiado con los otros
cuerpos, los que no eran celestes.
Abandonó el
cielo, tapó la lente del telescopio, lo movió debajo de un pequeño
techo de la terraza y lo cubrió, y se metió en la casa.
Esa noche Tom
soñó con un cuadro de 1571, de Antoine
Caron, el que se ve a
unos astrónomos estudiando un eclipse.
Tom soñó que
estaba dentro del cuadro, que era uno de esos astrónomos y que
sentía la profunda angustia que debían de tener esos sabios que
fueron negados en su tiempo.
Sintió la
desesperación de poseer un conocimiento que era perseguido, y al
mismo tiempo la asfixiante sensación de la imagen del eclipse, de un
cuerpo que oculta a otro cuerpo, de una información que le era
negada también a él.
Despertó a la
mañana siguiente antes que Martha. Ella dormía al otro lado de la
cama, de espaldas, en posición fetal, como ocultando su identidad.
En ese momento Martha era una espalda nada más.
Preparo café,
hizo unos huevos batidos y desayunó con su mujer. Hablaron poco.
- Tom: Ayer por la madrugada llegaron tres extraños a la tercer cabaña
- Martha: ¿ como?
- Tom: Si, si, los vi llegar y con el telescopio vi lo que hacían
- Martha: Pero sabes quienes son?
- Tom: Sé que esa cabaña es de tres propietarios, sino recuerdo mal uno es un tal Mc Cord
- Martha:¿ Los conoces?
- Tom: No los conozco
- Martha: Y los Bradley?
- Tom: Los Bradley no hicieron nada. Luego les preguntaré.
Tom
camino por una senda con la Mirada puesta en la tercer cabaña.
Sus
ocupantes aun dormían y eso le dio tranquilidad. Golpeo la puerta de
los Bradley. Se abrió la puerta y allí estaba Bradley recién
levantado.
-Tom:
Disculpa que te moleste tan temprano. Sábes que llego gente a la
tercer cabaña ayer por la noche
-Bradley:
No, no lo sabía.
Tom
se quedó un momento meditabundo.
-Tom:
Ustedes se van hoy?
-
Bradley: Si, tenemos que estar en la ciudad por la noche. Tengo aún
varias provisiones. Quieres que te deje algo?
-Tom:
No hace falta. Sólo quiero pedirte un favor. Martha y yo quisiéramos
no ser molestados en nuestra estadía aquí. Si hablas con esa gente
o los ves, por favor no les menciones de nuestra presencia.
Bradley
levanta una ceja extrañado.
-Bradley:
No hay problema Tom, no les diré nada.
-Tom:
Gracias y que vaya bien.
Tom
volvió a su cabaña siempre mirando, cada tanto, a la cabaña de los
otros, siempre asegurándose de que ninguno de ellos perciba su
presencia.
Con
el equinoccio llegaba el fin del verano.
Era
tiempo de poder ver a Andrómeda. Tom la miraba, pero su mente estaba
en los otros. Hacía ya varios días que habían dejado de ser tres
para pasar a ser dos solamente. Los que el intuía la pareja. También
llevaba varios días sin casi hablar con Martha.
Durante
el día Martha escribía constantemente. Él, en cambio, intercalaba
las tareas de la casa con la observación de los otros a través del
telescopio.
Una
mañana la vio a ella salir de la casa desnuda. La visión lo
perturbó.
Su
telescopio le permitía ver con delicado detalle toda su femineidad.
Podía verla nadar, flotar, ver cómo el agua rompiendo la ley de la
gravedad, la hacía fluir. La veía secarse en el muelle, boca arriba
o boca abajo. Llegó a ruborizarse en algún momento.
También
lo veía a él, dormir hasta tarde boca arriba en un catre, caminar
por la casa y cortar leña constantemente.
Un
día Martha salió
de su abstracción. La máquina de escribir que hasta ese momento
había sido silenciosa, comenzó a reverberar dentro de la casa.
Tom
hacía rato que
estaba en la terraza. Anteriormente controlaba los tiempos de su
voyeurismo con meticulosidad.
Ese
día estuvo más
de la cuenta, y Martha, definitivamente, lo notó.
Martha:
Tom que estás haciendo?
La
pregunta fue como un rayo. Golpeó su ojo contra la lente y el
telescopio giró sobre su eje haciendo un chirrido.
En
su torpeza Tom se frotó el ojo irritándolo. Sin pensar bajó
rápidamente al comedor.
-Tom: Nada,
estaba mirando.
-Matha:
Mirando qué?
-Tom: A los
vecinos.
-Martha:
estas fisgoneándolos?
-Tom:
Bueno….
Tom se sonrojó.
-Martha:
Estabas fisgoneándolos.
Insistió.
-Martha: Eso es
lo que vienes haciendo todos estos días allá arriba en la terraza,
espiando a esos extraños..
Tom se tomó el
cuello y miró hacia el piso, y luego giró su cabeza en dirección a
unas fotos que Martha había colgado en la pared.
Eran fotos que
había traído de la Guerra en España. En una de ellas una mujer muy
joven, de negro, sostenía el cuerpo de un soldado republicano,
recién abatido, pálido. Lo tremendo de la foto no era solo la
imagen de la muerte, ni siquiera la similitud con La
Piedad de Leonardo, sino más bien la
mirada de la mujer, fija, directa a la lente dela cámara de Martha.
Esa mujer sabía
que estaban fotografiando el preciso momento en el que su hermano, su
marido, o un amigo, había muerto.
Entonces Tom
levantó la mirada, señaló con un dedo la foto y dijo:
- No es acaso esa imagen también un robo? No es también voyeurismo?
- Martha: No es lo mismo.
- Tom: Si que lo es.
- Martha: Quiero saber que estabas mirando. Si me acusas de ser una fisgona por haber hecho esa foto, quiero saber qué es lo que estabas mirando.
- Tom: Para qué?
- Martha: Sencillamente quiero saberlo.
- Tom: Muy bien.
Subieron a la
terraza, Tom tomó el telescopio y apuntó en dirección al muelle.
No había nadie.
Corrigió la dirección del telescopio y apuntó adentro de la casa.
La imagen lo sorprendió. La pareja estaba haciendo el amor e
inmediatamente quitó el ojo de la lente. Entonces Martha quiso
mirar.
Tom atinó a
detenerla, pero ella lo corrió con una mano, y miró. Y continuó
mirando. Miró un rato largo.
Tom se incomodó.
Luego Martha levantó la vista y acarició el rostro de su marido. Lo
tomó de la mano y lo llevó abajo, a la habitación.
Con la visión de
Orión llegó el invierno.
Martha había
terminado el borrador de sus notas de la Guerra Civil española. Tom
había abandonado su trabajo sobre el movimiento de los cuerpos
celestes, y desde el otoño sólo se había dedicado a la casa y a su
esposa.
Habían decidido
volver a la ciudad. Volver a Chicago, al bullicio. Volver a los
almuerzos en el Green Deli en el centro de la ciudad, a las tardes en
la biblioteca, al cine, al teatro.
En un viaje al
pueblo, Tom leyó en el diario local que se había estrenado una
película que hacía
furor, con Clark Gable y Vivian Leigh. Su nombre era: Lo
que el viento se llevó.
Esa misma tarde
Tom miró por última vez con el telescopio la casa de los otros. Se
inició una nevada, y a través de la lente, el viento y la nieve
hicieron desaparecer la cabaña.
F I N