martes, 28 de mayo de 2013

Itaca de Cecilia Hernando Doldan

La única certeza diaria era la indispensable taza de te con leche que necesitaba beber para despertarse, asentar el estomago decía, siempre con dos terrones o cucharaditas de azúcar. Ni mas ni menos, ya que como en todo ritual, cualquier cambio en el mismo arruinaría la magia. Tras el ritual del te, el resto de las probabilidades del día eran casi impredecibles. Los beneficios o maldiciones de no tener que fichar diariamente en un trabajo "normal", como los que obligan a despertarse al resto de los mortales entre las 7 y 9 de la mañana para regresar a sus vidas solo al final de la jornada. En su caso, su trabajo, su vida, su obra, su ser, su sentir completo eran parte de lo mismo; la vida una gran performance con su personalidad como herramienta de cambio.
Un concepto novedoso, vivir gracias a la personalidad propia, plusvalía a cambio de existencia, a cambio de un espectáculo de luces y sombras donde los protagonistas son actores en una obra donde el guión se va escribiendo por osmosis a medida que las escenas van cambiando. Pero el ser humano no esta construido para sostener el acto durante tiempo indeterminado sin posibilidades de descansar en el backstage, el ser humano como animal de costumbres (perdonen que use esta remanida frase) necesita "saber" donde esta parado, que posee y que no, quien es en realidad. Cuando usas tus habilidades para reflejar la luz en los demás y hacer que se vean bajo el prisma que solo tú sabes dotarles se corre el gran riesgo de perder el hilo del guión y olvidar si uno era un personaje o el escritor.

Supongo que eso le sucedía, que se había perdido entre multitud de personas, personajes y egotismo. Que cuanto era imprescindible habitaba ahora un mundo de misticismo y lejanía. Lo importante y lo amado se hallaba del otro lado del mundo, en una tierra de tinieblas donde todo era caos y barbarie. Porque la necesidad de dotar a la tierra natal de características cercanas a la Itaca de Ulises le hacia mas llevadero el continuo resurgir de las cenizas, porque de esa manera reinventarse con la ilusión de un futuro e incierto retorno tomaba características aun mas románticas, y como todo romance se ve mucho mas hermoso cuanto mas lejano e imposible.
Para evitar su dolor e impotencia, camuflaba sus necesidades en historias, dotaba a gente mediocre de capacidades fantásticas y a veces, quitaba protagonismo a gente maravillosa para poder reescribirlos, siempre cuidadosamente en segundo plano como antagonistas para que el protagonismo nunca dejara de ser monopolio de su personaje.

Ese día, comprendió, que ya nadie sabia quien era en realidad y que la única forma de perpetuar la historia era deshacerse de aquellos personajes que podían cambiar su historia. Aquellos personajes peligrosos que desenmascaran el artificio final para alzarse heroicos y quitar todo el merito a la obra.

Desdemona debe morir, porque la obra se llama Otello. Y como tal, pagara por el mero hecho de su existencia, pagara por el hecho de conocer los sentimientos íntimos del moro, por conocer el latido de su corazón a la luz de la luna, sus ocultos secretos, sus ansias y desdichas.

La taza de te vacía, la revisión rutinaria de correspondencia y responsabilidades que tanto detestaba. Se preguntaba sobre su razón de ser, su objetivo en la vida y demás temas constantemente, deseando haber nacido en alguna Polis griega para vivir en constante debate.

El mundo actual se le hacia frío y mecánico, como una tumba que se cerraba sobre su ser y asfixiaba, asfixiaba hasta que el grito se hacia imposible. Cuando eso sucedía se quedaba en la cama, a oscuras o escapando dentro de algún libro que trasladara sus deseos a la realidad hecha papel. Alguna vez, en la mítica Itaca de su niñez había sido un ser excepcional, pero los años habían cercenado las ilusiones de gloria y ya eran solo sombras. Eso le dolía, mataba el pájaro de su alma día tras día y cegaba sus ojos a todo aquello que fuese verdadero. No había presente ni pasado ni futuro, todo era relativo, todo era una construcción.

El teléfono seguía sonando, repicaba al compás de las necesidades ajenas pero nunca para hacer realidad las propias. Su sonido era inquietante. Se preguntaba si poner fin a su existencia, a la del personaje o a la del antagonista. El cuerpo aun dolía y recordaba la crudeza del amor, de la incomprensión y el mar insondable que dos seres pueden formar entre si cuando se conocen demasiado y ya no saben mas que decirse.

Había cortado el cordel de los sueños compartidos en el dolor más absoluto. Ambos estaban solos ante la inmensidad, mirando a los ojos de lo intangible. Todas las guerras sacan lo mejor y lo peor de los hombres, el corazón oscuro que late en el viaje interior que nos lleva a las profundidades de nuestra jungla. La locura... La guerra continua que es el amor.

Volvió a la cocina a preparar mas te, su sabor constante remitía el dolor. El sabor que tuvo siempre. Imágenes de mañanas escolares bebiéndolo en una taza plástica de color rojo profundo o en ocasiones amarillo se sucedían en su mente, imágenes de Harrods con la abuela Velia y el primer volumen de la Iliada y la Odisea. Los dibujos hermosos de héroes y dioses, el llanto de Penélope y Ulises, siempre Ulises como un faro iluminando su vida. Como el primer indicativo de su destino futuro, de su propia búsqueda de esa Arcadia perdida. Formaba con Ulises una misma persona, una unidad, una idea; la del heroísmo perfecto, la de la imposibilidad de una rendición.

Como había amado! Como había vivido! Que multitud de historias había protagonizado! Cuantos habían admirado o denigrado su gloria! La épica de una vida que deseaba ser como un poema, un grito a la musa Calliope. Como se ocultaba el sol, cuan pronto en el invierno de la vida...

Creía que tenia mucho mas tiempo, pero las arenas del reloj se escurrían y la realidad del espejo ya no devolvía el mismo mohín infantil que otrora había fascinado a quienes encontraba.
Su otra mitad, su amor y compañía, su antagonista se movía por el resto de la casa. La pregunta dentro de si repicaba como campanadas de una iglesia gótica. Matar al personaje, matar al antagonista o dejar toda esta historia, esta obra y volver a Itaca por fin? La literatura conoce infinidad de modos de deshacerse de personajes insidiosos, ya que Otello debe vivir para dar nombre a su obra y así conseguir la inmortalidad en el inconsciente colectivo. Desdémona, la almohada, el suspiro ahogado, el fin.

El Patroclo de su Aquiles trajo su te con amorosas manos, manos capaces de destruir y de crear, como todas las manos. Pero fuertes y reales, su odio y su amor eran reales, como así también el océano insondable. Quiso acariciarlas mientras depositaba el te junto al teclado, pero no lo hizo. Debería considerar como finalizar la obra, o al menos este acto. Debía meditar si realmente valía la pena terminarla o si era en realidad una obra mediocre, con infinidad de defectos, si era mejor comenzar una nueva. Todos los creadores del mundo han enfrentado estas mismas decisiones, sin embargo, el mundo de papel y el de la carne tienen capacidades completamente diferentes. A saber, en el mundo del papel puede corregirse, pueden anularse capítulos enteros que nunca verán la luz y pueden resucitarse los personajes que se creían perdidos para siempre.

Caminaba como un leopardo camina en un zoológico, en círculos infinitos con la mirada siempre fija al posible depredador. Sabia como atacar, sabia cuando atacar, lo había sabido siempre.
Atravesó el largo pasillo que comunicaba su estudio con la sala. Patroclo miraba televisión con ojos tristes y la mente llena de preguntas, el también tenia su historia y también estaba pensando en su finalización, en cuan complicado es dar ese giro final que termina el romance. Desde atrás veía su largo pelo oscuro como surgía de la raíz y terminaba en la base de la nuca en una trayectoria perfecta, evaluó su cuello, su postura, la cantidad de fuerza necesaria para la sumisión. Medito sobre el bermellón de la funda que cubría el sofá, le pareció perfectamente complaciente. Tras unos segundos que equivalieron a un milenio se decidió, y sus manos se abalanzaron sobre la figura del sofá como si intentaran abrazar a una sombra.

Silencio.

Los labios se unieron y sus cuerpos se unieron, los humores se hicieron parte de un único océano de sal. No habría otra muerte ese día, que la más dulce de todas.